domingo, 23 de mayo de 2010

La Sumisión de Ana

Ana, se destacó por su pacto con Jehová al pedirle un hijo y al mismo tiempo comprometerse a dedicarlo al servicio del Señor en el tabernáculo, y además nos dejó otra lección como fue la de humildad y sumisión. De seguro Ana era famosa por sus fervientes oraciones, y dice la Biblia que lloraba abundantemente (1 Samuel 1.10).

Como es sabido, en Israel era costumbre orar en voz alta, no obstante, Ana había alcanzado una intima comunicación con el Padre celestial que no tenía necesidad de levantar la voz. Diera la impresión que ésta fue la razón para que el sacerdote Elí creyese que Ana estaba ébria. Este suceso lo encontramos en 1 Samuel 1.12 – 17: “Mientras ella oraba largamente delante de Jehová. Elí estaba observando la boca de ella. Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ébria. Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuando estarás ébria? Digiere tu vino. Y Ana le respondió diciendo: No. Señor mío, yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora. Elí respondió y dijo: Ve en paz y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho”.

En consecuencia, a pesar de la reprimenda fuera de lugar por parte de Elí, al dejarse llevar por las costumbres ceremoniales, Ana respondió con su característica gracia y humildad. Respuesta que hizo cambiar de tono al Sacerdote, quien se sintió avergonzado y de manera inmediata la bendijo y apeló al Señor para que le concediera su petición.

En este caso, cabría preguntarnos: ¿nuestra reacción hubiese sido tan humilde y tan sumisa como la de Ana?

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